Nada es cierto by Nacho Zubizarreta

Nada es cierto by Nacho Zubizarreta

autor:Nacho Zubizarreta [Zubizarreta, Nacho]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Pàmies


26

Tal como había quedado con Alicia, a eso de las 13.00 Lucas se acercó a la comisaría de los mossos d’esquadra. Se apostó en la puerta de La Moixiganga, la guardería que había frente al Carrefour, a unos pocos metros de la jefatura. No sucedió nada destacable durante varios minutos. Aprovechó para enviar otro mensaje a Ramón Medrano. No había respondido a sus llamadas ni whatsapps desde que se hiciera público el vídeo. Lo tentó diciendo que disponía de información sobre las pastillas que estaba seguro de que le iba a interesar. Guardó su teléfono de nuevo y siguió esperando.

Lucas miró a su alrededor. Un grupito de madres enumeraba las múltiples virtudes de sus churumbeles; algunos clientes entraban y salían del supermercado. Escrutó entre los rostros de los transeúntes buscando actitudes sospechosas. Pero nadie parecía prestarle más atención que a una farola o cualquier otro objeto del mobiliario urbano.

Pasada media hora salió un tipo de aspecto desgarbado. No prestó demasiada atención, creyendo que se trataba de un drogata de pasos inestables que habría pasado la noche en el calabozo. Parecía aturdido y frustrado, con la espalda caída. Arrastraba los pies, y lucía un aparatoso vendaje en la cabeza. Lo siguió con la mirada, y solo cuando estuvo a su altura intuyó que podía tratarse de Miguel. Cruzó la calle y salió a su encuentro. El muchacho, al toparse con Lucas, levantó la cara.

—Pasa de mí, tío —dijo con un tono más de súplica que de orden.

Lucas no dio crédito a lo que sus ojos veían: aquello era un monstruo. Una placa de yeso sujeta por largas tiras de esparadrapo le protegía la nariz, rota, seguramente, y un vendaje aparatoso le cubría gran parte de la cabeza. Aun así, bajo todo ese vestigio fruto de la violencia, distinguió a Miguel. La barba rubia, la piel muy morena, los hombros anchos y la complexión fuerte lo delataban.

—¿Miguel? —preguntó Lucas.

Un inmenso sentimiento de compasión le asaltó y de manera espontánea le pegó un abrazo que le salió del alma. Se sentía algo responsable por el salvaje apaleamiento que su amiga le había propinado.

—Lo siento —dijo.

Miguel se dejó hacer. Lucas percibió el cuerpo del socorrista contra el suyo.

—Lo siento —repitió cuando se separó. Ahora comprendía la petición de Alicia. La intendente temía una denuncia. Alicia en estado puro. «¡Me cago en diez!», se dijo.

—¿Me has sacado tú? —preguntó el socorrista.

Tenía los labios inflamados y hablaba con dificultad.

—Soy Lucas. Nos conocimos en la playa el otro día. Soy el del perro.

Miguel parecía aturdido.

—Me han dicho que habría alguien esperándome en la calle.

—Sí, soy yo.

Miguel no dijo nada; se le veía decepcionado. Reanudó la marcha de nuevo. Lucas caminó a su lado. No sabía muy bien qué decir.

—¿Has avisado a tu familia? —preguntó por fin para romper el hielo.

—¿Cuánto has tenido que pagar? —quiso saber Miguel—. Te lo devolveré.

—¿Por sacarte? Nada. No estabas detenido, así que no había fianza.

—Me dijeron que me iban a tener encerrado varios días.

—Eso ya pasó.

—Me han dicho que no saliera del pueblo —comentó con esfuerzo—.



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